En octubre y noviembre de 2019, Lauren pasó seis semanas en trabajo de campo por Boyacá. Su objetivo consistió en investigar los conflictos socioambientales e impactos ambientales más relevantes para los habitantes de los páramos, como parte del componente histórico y cultural del proyecto.
Al descender la colina en el autobús desde El Crucero, el olor punzante de la cebolla larga comienza a invadir mi nariz. La tierra circundante se transforma en parcelas de hileras uniformes de cebollas en varias etapas de crecimiento, algunas de suelo principalmente marrón con brotes asomando sobre las crestas, otras largas, espesas y verdes. Intercalado entre las nubes asentadas sobre los páramos montañosos y el vasto Lago de Tota, verde azulado oscuro, todo lo que puedo ver y todo lo que puedo oler es la producción de cebolla. Los aspersores se encuentran dispersos, extrayendo agua del lago, y numerosos equipos de trabajadores, cada pocas parcelas, cosechan en masa. Algunos ven esto como un paisaje bucólico, de hecho, hay carteles de “ecoturismo” que anuncian tours de “agroturismo” para aprender sobre la producción de cebolla larga. Sin embargo, hay un lado menos romántico en esta industria, de la que Aquitania y sus alrededores dependen en gran medida: alrededor del 90% de la actividad económica de los Aquitanenses está relacionada con la industria de la cebolla.
Aquitania se encuentra a una altitud de 3.030 metros sobre el nivel del mar, es decir, 30 metros sobre la supuesta línea donde comienza la tierra de páramo, según el Instituto Humboldt. Como tal, este intenso cultivo de cebolla violaría la ley de delimitación (Ley 1930 de 2018) que quiere restringir las actividades agropecuarias debido a sus efectos dañinos en los ecosistemas de páramo, que ahora son el foco de intensos esfuerzos de conservación. El área de cultivo circundante al lago se omitió en la delimitación (alrededor del 95% de la tierra cultivable en la cuenca hidrográfica está bajo producción de cebolla), quizás debido a la importancia económica de la industria de la cebolla y, tal vez, incluso debido a la presión de los propietarios de tierras influyentes que se benefician de ello. De hecho, muchos medios de vida se articulan en torno a la cebolla en esta zona, por lo que la situación es complicada. El viaje de campo tuvo como objetivo comprender las tensiones entre los medios de vida y la conservación en diferentes puntos de los páramos de Boyacá, por lo que Aquitania fue un lugar interesante para comenzar.
El cultivo de cebolla larga (también conocido como cebolla junca y cebolla de rama) comenzó en la década de 1960, luego de la desaparición del trigo, la cebada y una variedad de cultivos de clima frío, y el estímulo a la especialización e intensificación (Galli 1981, Instituto Humboldt 2014) – de cuyos efectos es evidencia el cada vez más pequeño y menos abundante el mercado semanal local. Desde entonces, el cultivo de cebolla larga ha crecido exponencialmente: hay aproximadamente 1.300 hectáreas en producción de cebolla alrededor de Aquitania (algunas estiman hasta 2.500, especialmente cuando se cuenta todo el municipio), donde se cosechan más de 500 toneladas por día – 200.000 toneladas anuales, dominando más del 80% del mercado nacional y proporcionando cebolla larga en toda Colombia. Los biólogos de toxicología están preocupados por el uso de fungicidas químicos, herbicidas y pesticidas que los productores consideran esenciales, de altas cantidades de gallinaza (estiércol de las gallinas) como fertilizante. Tanto los unos como los otros se usan cada vez más, a medida que la tierra se cansa, las enfermedades y los insectos se vuelven resistentes, y la presión sobre el rendimiento domina. Los investigadores científicos de la UPTC (Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia) están preocupados por la toxicidad del lago, que recibe la escorrentía, como lo indican los estudios de toxicología emergentes (Barrera, Espinosa-Ramírez y Silva 2019). Cultivando prácticamente nada más, con producción durante todo el año y 3-4 cosechas anuales, Aquitania es el epicentro de la industria de cebolla larga y donde se concentran los productores, intermediarios y distribuidores. Famosa por su producción, la cebolla ha llegado a formar parte integral de la identidad aquitanense, y se habla de darle Denominación de Origen Protegida (como la champaña o el queso roquefort). En la plaza central, en medio de la fuente de agua, se encuentra la estatua de un hombre parado sobre un amarrado gigante de cebolla larga, con un azadón al hombro (gancho o ganche como se le llama en la región a una azada larga y delgada), y las cebollas en su mano. Esta orgullosa identidad se refleja nuevamente en un mural cercano, acompañado de la imagen de cebolla larga, al lado de una declaración sobre ser Aquitanense (“Soy Cultura, Soy Ambiente, Soy Aquitanense”).
Los Aquitanenses que conocí fueron increíblemente amables y abiertos a compartir sus experiencias conmigo. Pasé tiempo con campesinos que viven en las inmediaciones sobre el pueblo y se benefician solo marginalmente de la producción de cebolla – lejos del lago con acceso limitado al riego, menos recursos para insumos, parcelas más pequeñas y dentro de los páramos delimitados protegidos. También pasé tiempo con jornaleros/cebolleros – jornaleros que plantan, deshierban, fumigan y cosechan el cultivo –, y en una pelanza de cebolla – una operación de procesamiento donde las cebollas se pelan y empacan en redes de racimos de 500g y 1kg, principalmente para la venta directa en los supermercados de Bogotá. La pelanza se lleva a cabo en almacenes simples que emplean principalmente mujeres – con jefes y gerentes hombres – a quienes se les paga por la cantidad de racimos que procesan. El almacén rectangular en el que pasé el tiempo era un espacio cerrado con un techo sorprendentemente bajo, una abertura en el lado angosto sin otras ventanas, algunos tragaluces para visibilidad, paredes de bloques de concreto, techo de fibra de vidrio corrugado y piso de tierra, lo que hacía que las condiciones fueran sofocantes y lúgubre para los 15-20 trabajadores más o menos dentro. Durante todo el día, las mujeres llevan consigo a sus bebés, quienes duermen y juegan entre montones de cebollas; sus hijos mayores se unen después de la escuela. Es un trabajo arduo, polvoriento, y no pasó mucho tiempo antes de que mis ojos y mi nariz estuvieran irritados, con un dolor de cabeza persistente hasta bien entrada la noche. Me preguntaba si había residuos de las múltiples aplicaciones químicas, y si esto afectaba la salud de las mujeres y sus hijos en este espacio mal ventilado. Ellas estaban preocupadas, pero agradecidas de tener trabajo. Sentí profunda admiración y conmiseración por ellas. Al principio, como es apenas comprensible tenían algunas reservas sobre mí, pero fueron cálidas, curiosas y cada vez más acogedoras, ¡especialmente una vez que aprendí a pelar cebolla como se debe!
En el campo, con los jornaleros, imaginé, o más bien esperaba, que el aire libre minimizara la irritación de mi nariz, pero aún sentía que el aroma impregnaba mis ojos y mi sistema respiratorio. El trabajo que exige agacharse constantemente y, para los hombres, levantar y llevar cargas pesadas es agotador. Los hombres están en estas labores desde las 5 de la mañana hasta el almuerzo tardío, y sus parejas y otros miembros de la familia se unen a ellos después de llevar a los niños a la escuela (y los días en que la escuela está cerrada, los niños también ayudan para aprender habilidades de trabajo). La cebolla larga genera empleo para 170 jornaleros por hectárea por día (Acevedo 2018) y dado que el 89% de la tierra está ocupada por solo el 20% de la población, en contraste con el 81% de los propietarios de tierras con menos de 3 hectáreas (Albarracín 2015), la mayoría de los hombres de Aquitania se contratan diariamente. Por lo tanto, aunque a menudo hay trabajo, hay poca estabilidad y, desde luego, no hay beneficios como pago por enfermedad, atención médica o pensiones. El trabajo se organiza directamente con los hombres y el salario va directamente al hombre, generalmente el día anterior, por lo que, si bien las mujeres y otros miembros de la familia trabajan junto a ellos la mayor parte del tiempo, no reciben un salario. El jornal es de 50,000 pesos colombianos por día (alrededor de £10) que, aunque relativamente alto comparado con algunos trabajos manuales en Colombia, no está bien remunerado, especialmente cuando el hombre está acompañado por las mujeres (y a veces los niños) de su familia, lo que constituye el empleo de una mayor cantidad de mano de obra. Trabajando 6, o a veces 7, días a la semana, la mayoría de los jornaleros han pasado toda su vida en este trabajo desde la infancia y ven pocas alternativas en su futuro. Hay una tensión interesante. Por un lado, se sienten “solos”, con poco apoyo estatal y sin el apoyo de los gremios correspondientes, y ven reducidas las alternativas para el resto de sus vidas, lo que puede ser deprimente. Por otro lado, son orgullosos, trabajadores y agradecidos de estar en un lugar donde el empleo es relativamente abundante: “los que tienen hambre aquí son los que no quieren trabajar, porque aquí estamos bendecidos con mucho trabajo” – variaciones de este comentario eran comunes. Sin embargo, esto tiene efectos negativos sobre el tejido social. Varios entrevistados informaron que las tasas de alcoholismo, especialmente entre los hombres y vinculadas a los altos niveles de violencia doméstica, se encuentran entre las más altas de Boyacá.
Los jornaleros están preocupados por su salud: son más conscientes que cualquiera de los insumos químicos que se utilizan en la producción de cebolla. Sin embargo, de manera similar a las mujeres en la pelanza, están contentos de que el área de cultivo del lago no esté incluida en la delimitación de los páramos, lo que significa que sus medios de vida están protegidos. De hecho, a pesar de estar por encima de la divisoria de los 3.000 metros, la falta de los característicos frailejones alrededor del lago les indica que no están en tierra de páramo, que dicen es “más arriba”. Aun así, las crecientes preocupaciones medioambientales de la producción y la creciente presión para abordarlas provocada por los debates de delimitación les preocupan: ¿qué empleo tendrán los Aquitanenses si la industria de cebolla es limitada? Los hacendados y los representantes de la industria de cebolla larga parecen tener preocupaciones similares y han sido muy activos en su oposición a la delimitación y cualquier restricción ambiental. Las ONG y los funcionarios públicos de la zona han informado que los propietarios de tierras y los empleadores de la industria, que han tenido hecho su voluntad durante décadas, los han demonizado al avivar los temores de que las autoridades y los ambientalistas quieran detener la producción y acabar con el trabajo (ver también estudios sobre conflictos socioambientales en torno a Aquitania, como el Instituto Humboldt 2014 y Carrasco 2018).
En contraste con la economía industrializada del Lago de Tota, sobre el pueblo, los campesinos han sido desplazados de sus pequeños predios hacia el páramo. Estos campesinos intentan participar en la industria de la cebolla en tierras marginales; dándose muchos por vencidos abandonando sus viviendas, mudándose a Aquitania para trabajar como asalariados, o se han unido al negocio de transporte de la cebolla, o han migrado más lejos a centros urbanos más grandes en busca de un trabajo mejor remunerado y menos agotador. Aquellos que se han quedado luchan por competir con la producción industrial que se encuentra debajo, pero tienen pocas opciones, ya que hay un mercado escaso aparte de cebolla larga en el área. Como resultado, es común ver el cultivo hasta los bordes de carreteras y edificios. Las mujeres de la Asociación de Mujeres Campesinas (ASOMUC) informan que los hombres cabeza de hogar son reacios a permitirles usar, incluso, pequeñas cantidades de tierra para diversificar su producción, ingresos y suministro de alimentos para la familia; para los hombres, cada metro cuadrado debería ser cebolla. Mientras que la mayoría de los otros cultivos alcanzan un precio bajo en el mercado, como en muchas otras partes de Boyacá y Colombia, la leche es uno de los productos que proporciona un ingreso estable, incluso a pequeña escala. Con cada pulgada ocupada por la cebolla, las vacas (a menudo alrededor de 2 por hogar) se encuentran pastando en los bordes entre parcelas y más arriba en los páramos por encima del cultivo. A pesar de esto, Aquitania es uno de los pocos municipios que no tiene servicio de recolección de leche para las veredas, lo que dificulta la venta de excedentes: toda la infraestructura se centra en la cebolla. En general, los campesinos con los que hablé manifestaron su enojo, y su sensación de traición y enojo por parte del gobierno nacional, que proporciona poco apoyo y, en cambio, impone restricciones. Luchando por sobrevivir y mantener sus medios de vida, se sienten desfavorecidos e imposibilitados de participar y disfrutar los beneficios de la industria y el mercado de la cebolla, mientras que otras actividades productivas tampoco son compatibles. Además, ahora temen las implicaciones de vivir en y depender de tierras de páramo delimitadas, preocupados de que el gobierno y las autoridades pronto les prohibirán trabajar sus tierras y mantener en ellas el ganado del que dependen. Sintiéndose abandonados, los campesinos a menudo se ven obligados también a abandonar sus minifundios.
Fotos por Lauren Blake